lunes, agosto 21, 2017

Sobre Michael Bay

 Antes de que desaparezca de las carteleras, me apetece dedicarle unas líneas a Michael Bay, un autor que, con su último trabajo, no está recibiendo los mayores parabienes de su carrera. Ajustándonos a la realidad, hay que decir que, por más que a algunos nos guste, su labor al frente de la saga robótica nunca ha recibido un respaldo entusiasta por parte de la crítica, pero parece que todo ha ido a peor en esta ocasión: Transformers: The Last Knight (Michael Bay, 2017), la nueva entrada de la franquicia, no sólo no ha conquistado las taquillas mundiales como sus predecesoras, sino que además ha generado una riada de opiniones negativas que ahora también proceden de fans del director y su serie, los cuales han expresado un espectro de sentimientos que, salvando excepciones, van desde la decepción al odio absolutos. Aún no sabemos cómo todo esto puede comprometer el futuro del universo cinematográfico transformable. Hasta donde sabemos, hay suficientes dudas sobre la producción de una sexta entrega, pero el spin-off protagonizado por Bumblebee sigue adelante.
 Asimismo, y como suele ser habitual, no han faltado las invectivas hacia Bay, quien siempre ha asegurado que no lee las críticas negativas ni pierde el sueño con el odio que sus innumerables detractores suelen dedicarle con una dedicación encomiable. Esta aplastante seguridad que siempre ha exhibido el autor de la excelente Pain and Gain (2013), esa actitud tan propia de un hombre abonado al éxito, puede ser comprensible y hasta envidiable: a estas alturas de su imparable trayectoria, con Hollywood siempre dándole facilidades, Bay debe de estar poco menos que contemplando el mundo desde una estratosfera privada, por lo que no cuesta imaginar que ciertos asuntos puedan parecerle remotos, insignificantes. Y casi mejor que el tipo siga disfrutando de su posición de privilegio en la industria, sumando títulos a su destructiva filmografía y engordando su fortuna, porque prefiero no imaginar lo que alguien con su gusto por la pirotecnia podría llegar a hacer si tuviese que enfrentarse a un día horrible de verdad, como aquel que enloqueció a Michael Douglas en la magnífica Falling Down (Joel Schumacher, 1993).

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