jueves, enero 05, 2017

Nuevo voyeurismo

 Vaya por delante que no tengo absolutamente nada en contra de la época navideña, y eso que todos esos irritantes villancicos cantados por niños muertos, especialmente los que suenan en los centros comerciales, son motivo más que suficiente para redactar una misiva declarándole la guerra al mundo occidental. O para encerrarse en casa hasta que pasen estas fiestas, que se me antoja una opción más cómoda. Así que, en fin, voy a cerrar los ojos, respirar hondo y visualizar un campo de amapolas, o similar, antes de que sea demasiado tarde y me arrastre el creciente y feliz impulso de salir a la calle para arrojar piedras contra todas esas luces que decoran nuestra bonita ciudad para turistas.
 Además, siempre he sido un tipo elegante, o eso creo, y pienso que sería injusto, y sobre todo un mal comienzo, utilizar esta columna para abrir fuego contra la Navidad, cuando lo cierto es que esta nos ofrece todo tipo de elementos positivos, como todas esas buenas intenciones que flotan en la atmósfera, o la oportunidad, otra más, de entregarse sin reservas a la práctica del consumismo más desatado. Eso quien pueda desatarse de algún modo, porque yo no soy más que un pobre último modelo que no puede permitirse acariciar ni en la distancia la felicidad efímera que proporciona dilapidar un sueldo en todo tipo de innecesarios productos. Con lo que me gustaría a mí entrar en un Tiger con la cartera abultada y volver a casa con algo de la fruslería variada que allí se oferta. Y tener un catamarán, claro, pero no es el caso, ni creo que lo sea en el futuro. Así que me queda resignarme ante la imposibilidad del consumo, que también es señal de que uno sigue en pie, o pasearme por ahí para ser testigo mudo y boquiabierto del consumismo ajeno, lo cual me convertiría en un raro voyeur. Eso sí, en caso de inclinarme por la segunda opción, evitaré en la medida de lo posible atravesar la Vía Sindicato estos días, porque aquello, aun con menos turistas a la vista, está peor que nunca, intransitable, repleto de obstáculos humanos, y casi, casi como un metro en Tokio en hora punta, donde la humanidad ahoga. No más que aquí, en realidad. Lástima no ser Godzilla.

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